Salía de la facu con cara de sueño, entendible también como cara de pocos amigos, algo dentro me gritaba ganas de sonreir, pero el cansancio ganaba y ya que el cielo se hacía clarito yo aprovechaba para cerrarlos evitando la luz.El bolso lleno de instrumentos, en su mayoría de cosas que no uso a diario pero si se han de usar son indispensables, resulta gracioso verme organizar algo.
Élegí caminar a casa, pero cuando recordé que llevaba un diccionario a cuestas cogí el tranvía, rieles expuestas, voz unisonante avisando siguientes paradas que por el tuneado de las ventanas nos hacen salir sin avanzar decididamente.
Sentarse resulta imposible sin rozar alguna rodilla, odio el contacto físico la mayor parte del tiempo, así que lo evito.
Me quedé de pie,apenas cogiéndome de un metal curiosamente tibio, miré mi bolso como quien busca algo en la memoria y moví los dedos dentro de los cierres para desatar curiosidad en el resto al ver sacar mi mano vacía ¿Qué buscará?
A mi derecha, un chico con cascos, movía el pie desesperadamente, tanta energía desperdiciada en un pie sin ritmo que no dudé en soltar una risa que murió en mis dientes ¿Qué escuchará?
Frente a mí, una chica con un libro en la mano, odia el contacto físico, lo sé porque está de pie, justo frente a mí, apenas me miró para saber si mi cara era una cara más y volvió a lo suyo ¿Qué lees? Intenté ver el nombre del libro, pero sus manos, sinceras muestras de su edad, dejaban sus dedos para proteger su secreto.
"no se ahoga" fue lo único que pude leer, luego la miré, vaya que estaba extasiada! Su lectura no era muy fina y mucho menos estaba acostumbrada a coger un libro, pronunciaba cada palabra que por sus ojos pasaba y a mí, que suele dárseme bien eso de leer los labios, no me funcionó la habilidad. Me entró muchísima curiosidad, pero no estaba dispuesta a soltar el metal tibio para terminar decorando la ventana en la que seguro terminaría estampada, no estaba dispuesta a preguntar sobre un libro que tenía toda la pinta de ser uno de bolsillo, así que esperé a que algún movimiento me desvelara el secreto.
Un carrito entró al tren y a pocas paradas antes de llegar a mi destino, y tras hacer múltiples caritas a un bebe que apenas si podía distinguir mi cara de su mano, recordé a la chica del libro sin título, de la lectura primitiva y profunda.La miré.Ella seguía en lo suyo, leyendo, acariciando hojas, doblando las esquinas de las tapas nada duras,hasta que,sin percatarse ella misma de abandonar su vigilante y cuidadosa mano, se tocó el pelo y lo arregló, no tardó más de 1 minuto, pero fue suficiente para que pudiera leer el motivo de su silencio.
"El que nada no se ahoga" Me pareció un título poco rebuscado, algo predecible pero interesante, intresante el hecho que esas no más de 300 páginas tuvieran el poder de hipnotizar, de callar, y de hacer sonreir, porque sí, al bajar del tren ví que ella estaba sonriendo, sonriendo y releyendo líneas que por el ruido del bebe no había terminado de entender.
No fue una experiencia que al contar a mis hijos les llene de orgullo, no hice nada especial, ni ví nada especial, pero sin saber por qué o cómo empecé a imaginar las letras de ese libro, el cómo el autor explicaría que el mundo es un mar y que todos queremos llegar a una orilla, el por qué no debemos dejarnos ahogar aunque los hombros se nos hagan pesados por momentos, pensé en si mi forma de nadar es la correcta, en si he de llegar pronto a donde quiero, si podré descansar de tanto nadar o si incluso en mi descanso tendré que seguir nadando.
Nadar es divertido e incluso resulta maravilloso si cerca tienes a alguien que nada a tu lado, que nada a su ritmo pero contigo, que nada sin más, sólo nada, nada solo y nada más.
Los dejo, debo seguir nadando.
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1 comentario:
Peroooo... ¿Le querías meter mano a la tía del libro o no? Es que no me aclaro...
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